En El Ñaño no servimos comida, servimos recuerdos.
Sabores que huelen a barrio, a casa, a ese almuerzo que te hacía tu abuela cuando no tenías apuro.
Somos el comedor donde no hay clientes, hay compadres.
Donde el “buen provecho” se dice con el corazón y el ají se comparte sin preguntar.
Cocinamos con cariño, como se hacía antes:
con la olla hirviendo, el pan calientito y la puerta siempre abierta.
Porque en El Ñaño no importa si vienes apurado o a quedarte un rato,
acá siempre hay un plato listo y alguien que te pregunta cómo estuvo tu día.
No somos de etiqueta, somos de mantel de hule.
No prometemos lujos, pero sí comida casera que te abrace por dentro.
Somos de esos lugares que uno no busca en Google,
sino que se recomiendan de boca en boca.
Y así queremos seguir:
Con los fuegos encendidos,
el sazón heredado,
y el alma puesta en cada plato.
Bienvenido a El Ñaño.
Donde se come rico, se paga justo,
y se sale con el corazón lleno.